viernes, 13 de noviembre de 2009

Capítulo 6: Segundo aviso…

Comencé a soñar, ahora me encontraba en un lugar extraño, era como un camino rodeado con árboles, en otoño. El piso estaba cubierto de sus hojas. Yo me encontraba vestida con un simple vestido blanco, unas zapatillas blancas y llevaba el pelo suelto, el cual caía sobre mis hombros. No sabía para donde caminar, así que estaba quieta mirando hacia mí alrededor. Se comenzó a levantar una leve brisa, las hojas levantaban poco vuelo, y era un paisaje agradable. Pero luego, se levantó un viento más fuerte, tan fuerte que me costaba sostenerme en pie, y las hojas volaban hasta la altura de mi cabeza, golpeándome fuertemente por la presión del viento. El viento aumentó más todavía, no pude resistir y caí al suelo. Veía las hojas rodearme, volaban alrededor mío, como en círculos. Me sentía en un remolino. Por la tierra que levantaba el viento, yo no podía respirar. Cerré los ojos y comencé a asustarme. A mi mente vinieron imágenes de esos dos años que había extrañado tanto a Aarón y luego también aparecieron imágenes de cuando me choqué con él. Me estaba quedando sin aire. Abrí mis ojos con mucho miedo. El viento paró de repente y las hojas que volaban a mí alrededor cayeron al piso. El sendero entre los árboles ahora estaba iluminado con una luz incandescente. De pronto frente a mí estaba él vestido de blanco... y con su tranquilizadora sonrisa, me ofrecía que lo tome de la mano. Pero cuando lo voy a hacer… el viento comienza de nuevo y lo empuja cada vez más lejos. Por más que quise seguirlo… no podía hasta que desapareció de mi vista… Y entonces… desperté.
Me senté en mi cama, fue una pesadilla tan rara. Nunca había soñado algo así. Cada día entendía menos y cada día estaba más asustada de perderlo de nuevo. Pensé que ir a la Iglesia podría de algún modo tranquilizarme. Así que me levanté, preparé un desayuno rápido y me bañé. Luego me cambié y salí rumbo hacia ella.
Hoy al no ser domingo, no había misa, pero naturalmente sus puertas siempre estaban abiertas de par en par, por si alguien necesitaba rezar. Al entrar, un silencio inundo mi alma, no había nadie allí. Caminé y me senté en el primer banco. Contemplé la imagen de Jesús, María y José, no sabía por donde empezar. Cuando iba a empezar a hablarles, una voz detrás de mí me llamó, “Señorita, ¿Usted viene por las confesiones?”… Me volteé y había una hermana, que parecía amable. Razoné que quizás debería confesarme.
-Si vengo por las confesiones, ¿Por dónde debo ir? ¿Hay mucha gente?- le pregunté.
- Tiene que ir por aquel pasillo hasta el fondo, no hay nadie, porque últimamente a nadie le interesa lo que Dios piense de ellos… Recibirán su castigo de los cielos.- Me señaló un pasillo oscuro hacia la derecha y se fue para otro lado al terminar su frase.
- Gracias hermana…- alcancé a decirle algo asustada.
- No hay de qué hija mía- contestó a lo lejos.
Comencé a caminar, sin poder ver donde iba por causa de la oscuridad… hasta que divisé una luz a lo lejos… El pasillo terminaba en una habitación con un gran ventanal, por el cual entraba la luz del sol. En este lugar, había dos sillas, un viejo escritorio de madera y una puerta. El piso también era de madera, y al dar pasos, éste crujía. Así que al entrar, alguien desde la habitación contigua a la habitación, preguntó –“¿Hay alguien allí?-”
- Si, disculpe, vengo por las confesiones…-
La puerta se abrió lentamente, entró el Padre y se sentó detrás del escritorio. Me hizo señas para que me siente en frente suyo. Me senté y comencé a hablarle.
- Estoy aquí porque necesito respuestas…-
- El Señor es amor, recuerde eso… Pero necesita respuestas al parecer. ¿Sobre qué?- me contestaba con voz amable.
- Porque yo hacía años que no iba a misa, últimamente me pasó algo increíblemente hermoso, apareció alguien en mi vida que pensé que había perdido…
- ¿Qué respuesta necesita?
- No sé, me invade un extraño miedo, sabe Padre… Siento que lo voy a perder de nuevo…
- Solo debo decirle, que es voluntad de Dios… Nadie puede contra ello
- Lo sé…
- Pero aún no está segura que lo pierda nuevamente… Dios sabe lo que hace… recuérdelo. Solo tiene que confiar en Él.
- Entonces, el pecado que debo confesarle es, el de dudar que Dios haga lo correcto.
- Bueno, pero entonces, las confesiones son para los que se arrepienten… por lo que veo usted no está arrepentida… y sostiene su pecado-
- Creo que volveré si veo que sea lo correcto que nuevamente se aleje de mi vida, si es que Dios lo quiere así o si no lo pierdo…- dije al levantarme de la silla- Y gracias.
- De nada entonces… espero su regreso. Y recuerde que si usted deposita toda su fe en Él… no tiene de que dudar-
Me fui. Con más dudas de las que antes tenía. ¿Qué quería Dios? ¿Quería que él no forme parte de mi vida? Me preguntaba mientras miraba hacia el cielo. Por ahí estaba exagerando todo. Quizás la tormenta de mi cumpleaños y mi pesadilla fueron producto de mi inconsciente, de temer que se aleje de nuevo. A cualquiera le puede caer un chaparrón en el día de su cumpleaños. Cualquiera de vez en cuándo tiene una pesadilla que incluye sus miedos.
Al llegar a mi casa, me aventé en el sillón cansada de tanto pensar, mi mamá me preguntó si quería algo de almorzar. Rechacé su propuesta porque no tenía nada de hambre. Mañana tenía otra clase de teatro. Pensé en ir a visitar a mi novio para ir a dar una vuelta por capital. Me pareció una muy buena idea, así que tomé mi celular y lo llamé. Sonaba el tono, y yo estaba nerviosa. Pero al escuchar su voz, los nervios se convirtieron instantáneamente en felicidad.
- ¿Hola? ¿Quién es?
- Hola novio, ¿Cómo andas?- le dije sonriendo.
- Novia… Bien… ¿vos?- su voz estaba rara, parecía triste o quizás dormido.
- Bien, ¿Qué te pasa? Te noto rara la voz. ¿Estabas durmiendo?- se me dio por contestar...
- No me pasa nada, no estaba durmiendo… es que digamos que hace poquito que me levanté… ¿Y por qué llamaste?
- Te quería decir si querías ir a pasear por ahí por capital, podríamos ir al rosal… pero si estás cansado… vamos otro día.- le dije deprimida.
- No, novia, vamos igual. Quiero pasar todo el tiempo que pueda con vos… ¿que te parece si nos vemos en mi cafetería favorita en dos horas?
-¿Todo el tiempo que puedas? ¿Seguro que no te pasa nada?- fue algo muy extraño.
- No, no me pasa nada… ¿Nos vemos en dos horas?- volvió a insistir.
-Bueno… nos vemos entonces. Te amo
- Yo también te amo…- dijo antes de cortar.
Corté el teléfono, me invadió una profunda sensación de intranquilidad nuevamente, hasta me empezaron a temblar las manos… Porque una persona cuando es feliz piensa que siempre todo se va a mantener así, pero la mayoría de las veces, el momento feliz se termina, tan pronto como cuando soñás un sueño hermoso y al levantarte se te fue de la mente. Un asunto frustrante y a la vez deprimente.
Me bañé, elegí mi ropa más alegre y unas zapatillas cómodas. De mi casa a capital tenía por lo menos una hora, así que cuando estuve lista, tomé mi mini mochila y me fui a tomar el colectivo. De mi casa al colectivo, del colectivo al subte…
En el subte gracias a Dios pude viajar sentada, no había mucha gente. Miraba por la ventanilla y casualmente, de la nada surgían pensamientos tristes en mi cabeza. Es un día tan raro. Observaba las estaciones del tren y a la gente que apurada caminaba hacia los vagones, siempre el tiempo es tan importante, uno no puede siquiera disfrutar una fiesta sin estar pendiente del reloj. También pensaba, si será como en las películas, de los amores que se despiden en la estación del tren, al imaginar ver como se va alejando alguien tan importante para vos, sabiendo que lo estás perdiendo para siempre… me invadió una profunda pena.

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