Capitulo 11: Últimos días.Me fui a mi habitación y vi la cámara en mi mesita de luz. La tomé y vi las fotos, de ese hermoso día. Nos veíamos tan felices, tan bien juntos. Nuestras miradas estaban llenas de luz, de alegría, de amor… rebalsaba sobretodo el amor, en nuestras miradas, en nuestra piel, en nuestras acciones, en todo. Eso no podía terminar tan pronto, ni tan pronto ni después… esto no tenía final. Mirando esas hermosas fotos, me quedé profundamente dormida…
El hermoso sol del miércoles me ayudó a abrir mis ojos, era una hermosa mañana, para todos, a simple vista, pero para mí solo era una más, después de todo, luego anochecería y allí se iría otro día. Le echaba la culpa a todo por su partida, al tiempo, a él, a su familia, al país por no estar lo suficientemente bien para que nadie quisiera irse… a mí tampoco me dejaba de echar culpa, si tan solo hubiera llegado temprano a esa maldita clase de teatro. La tristeza me dejaba sin energía, sin ganas de nada. Me quede un rato pensando y mirando las fotos de mi cámara un rato. Hasta que mi mamá abrió la puerta de mi pieza:
-Elizabeth despertáte de una vez, está Vanessa al teléfono.
-No tengo ganas de levantarme. Decile que estoy ocupada.
Mi mamá cerró la puerta y siguió hablando con Van, pero al instante entró nuevamente. – Dice que te dejes de hacer la boba y que la atiendas.-
-No quiero. ¡No me quiero levantar mas de acá!- pegué un grito fuerte.
-Bueno dice que está bien, no la querés atender, viene en camino para acá.- me dijo mi mamá muy calmada con respecto a mi reacción.
- ¡No! No quiero que venga nadie más… quiero estar sola…- comencé a llorar.- No quiero encariñarme con nadie más, no quiero sufrir nuevamente lo que ya sufrí…-
- Cortó, dijo que venía para acá- mi mamá se sentó junto a mí- Se que vas a pensar que no te entiendo y que no me debería meter. Pero hay cosas mucho peores en la vida, y vos tenés muchísimas cosas buenas que no estás viendo… deberías estar mas feliz…- dijo acariciándome la cabeza.
- ¿Cómo cuál?- le contesté mas calmada.
- Como que todavía tenés a tus dos papás, no viviremos para siempre y no creo que quieras que hasta que eso pase te veamos así de mal y que no quieras compartir lindos momentos con nosotros…- me dolió profundamente ese pequeño discurso suyo- Tenés a Van también, que te quiere muchísimo. Muchas amigas. Tenés una salud excelente, sos hermosa… y todos te amamos Elizabeth.
- Pero vos misma lo dijiste…- dejé caer lágrimas, otra vez…- Ustedes tampoco serán para siempre…
-Pero mi amor… con más razón tenés que disfrutar el momento. Nada es para siempre. Pero no solo para ti, para todos, mi vida. Tenés que vivir el ahora, disfrutar la vida, porque tampoco vivís para siempre- miré arrepentida, asumiendo que tenía razón mi mamá. Como siempre…- Así que te voy a preparar algo rico de comer. Vestite dale. Que estará viniendo Van.
Ella se levantó para irse, pero la tomé del brazo.- Gracias mamá- es lo único que me salió decirle en el momento. Al oírme ella me abrazó.- De nada, para esto estamos las mamás, mi amor- y luego se fue. Me puse algo casual y almorcé. Comencé a ver todo diferente, no estaba feliz, pero no pensaba que el mundo se terminaría, por ahora.
Eso no significaba que estaba contenta con que él se fuera. Para nada. Pero viví, se podría decir, normalmente, el resto de los días. Ya era sábado. Vanessa llamó nuevamente, para venir a mi casa. Mi casa era su casa, e ídem. Nos conocíamos hace tanto y somos tan amigas, que ninguna de nuestras familias tiene problema de que ella venga o yo valla. Abrí la puerta.
- Hola Liz…- dijo Van algo triste- ¿Vamos a caminar?
-¿Qué te pasa?- le dije muy, realmente preocupada- Contáme, me estás asustando.
- ¿Podemos ir a caminar?- repitió. Estaba muy asustada, era raro verla mal a Vanessa. Siempre fue una chica fuerte, la del corazón coraza (Mario Benedetti). Aquella que no deja ver a los demás como se sentía. La que tampoco quería dar pena. Tomé mi mochila y salí. Comenzamos a caminar, creo que caminamos una o dos cuadras sin pronunciar palabra alguna. Hasta que ella dijo.
-Me llamó Aarón…- alcanzó a susurrar.
-¿Qué importa? ¿Qué te dijo?- detuve su caminar frenándola con el brazo- ¿Por algo que el te dijo estás así?
- Me dijo que el avión sale a las 16hs. Que podrías, si por lo menos te queda algo de lástima por él, ir a despedirlo al aeropuerto.-me miró a los ojos y sonrió- Él te ama Elizabeth. De verdad te ama.
- No sé si iré, pero aún no me contestaste por qué estás mal.- dije evadiendo el tema.
- No, no me dijo nada malo él. Lo que pasa es que me pone mal que ustedes se amen tanto y se tengan que separar- le corrí la cara para que me mire a los ojos.
- ¿Eso es nada más?-
- Si, te lo juro- sonrió- Ese amor vale la pena Liz.
- Lo sé- fueron las únicas palabras que llegué a pronunciar antes de recibir el impacto del abrazo fuerte y sincero de Vanessa.
-¿Qué tal si compramos un poco de helado de vainilla para alivianar las penas?- dije yo separándola lentamente de mí- Mejor es tomar helado, antes que alcohol para alivianar las penas.- Ella sonrió.
Compramos ½ de helado de vainilla en la primera heladería que encontramos y nos sentamos en la primera vereda polvorienta que encontramos en nuestro camino, sin rumbo. Aunque sí teníamos rumbo, no un lugar geográfico, sino hacia un lugar de paz, de profunda paz donde podamos ser felices, sonreír y no preocuparnos por nada más. Pero siempre hay algo por qué luchar, algo que lograr. Sino la vida sería aburrida.
Terminamos el helado mirando que estaba terminando también el día. Así como nuestro helado, las horas se habían acabado el día, como nuestras cucharas a la vainilla. Solo quedaba el esqueleto visible del día, los recuerdos, como el del helado era el triste telgopor, que siempre nos recordaba el dulce y refrescante sabor de su contenido. Como los recuerdos que nos hacen querer vivir nuevamente aquel momento. Todos los finales son tristes, aunque siempre algo comienza.
Era el final del sábado, y el principio de un Adiós.
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