Capítulo 10: decisiones importantes.La descripción de los personajes tomó todo el resto de la clase. Salí de la escuela de teatro y empecé el viaje para regresar a mi casa. El largo viaje a casa. Mi cabeza no dejaba de recordar, de sufrir y no me podía distraer, pensaba que cada día, cada segundo, se acercaba más y más el momento al que tanto miedo y desprecio le tenía. Su viaje era inevitable, no podía hacer absolutamente nada para lograr que se quede acá, que se quede, conmigo.
Sus padres tenían asegurado un muy buen trabajo allá, con un mejor sueldo, seguro, lo que también le proporcionaría una buena casa, ni hablar de la educación que iba a obtener… no podía querer alejarlo de eso, sería muy egoísta. Pero el amor mismo es algo egoísta. Él tendría una vida perfecta, sus padres, un hermoso paisaje y rodeado en lujos. Por un lado me sentía muy culpable por ser la única razón, casi seguro, por la que él se quería quedar. Se que mi corazón nunca lo dejaría ir, ni a él, ni a los recuerdos de éste hermoso tiempo con su compañía. Recuerdos, esos recuerdos…. Los que me atormentarás todos los días y más aún por las noches. Irremplazable, lo es y lo será siempre, pero a veces el tiempo arrasa con todos o con casi todos los sentimientos…
Después de todo, ambos somos jóvenes, entiendo que si lo perdiera, va a haber más amores, para los dos, pero dudo que alguno me afecte tanto como éste amor, como su amor. Será mi martirio intentar olvidarlo, por eso no quiero ir a despedirme, no quiero más recuerdos tristes. Prefiero, que en el futuro al pensar en él, me saque muchas sonrisas y que si me sacara algunas lágrimas, solo sean de alegría. No quería despedirme, pero lo necesitaba… No quería abrazarlo sabiendo que quién sabrá cuando lo volvería a abrazar, pero él no merecía irse pensando que me importaba tan poco como para ni siquiera decir “adiós”. No quería besarlo, pero quería, solo me detenía el miedo de que sea el último beso en muchísimo tiempo o quizás para siempre…
Tomé el celular entre mis manos y lo apreté fuerte contra mi corazón. Intentaba comprender que con mi viaje no iba a ser yo la única que sufría. Esta vez, quería llamarlo, pero no podía. La tristeza me tenía atada al celular, en vano, porque los ojos los tenía ciegos por las lágrimas y el miedo de no usar las palabras correctas, ya que parece que serían las últimas, me acallaba la voz. Lo amo… demasiado me encantaría seguir en una relación con él, a pesar de la distancia. Pero todos sabemos que no se puede. Nuevo lugar, nueva casa, nuevos amigos, nuevo “todo”. Pensar, que irónico, que si no hubiera llegado tarde a aquella clase de teatro, no habría corrido para llegar a tiempo… no lo hubiera chocado, quería volver a verlo… pero si habría sabido que se tenía que ir tan lejos, tan pronto… hubiera preferido que siga siendo un recuerdo triste pero lejano… una herida profunda pero ya oculta… Lo único que conseguí con este reencuentro tan casual, fue además de pasar un tiempo chiquito pero hermoso, recordar ese sentimiento tan horrible de sentirte obligada a olvidar algo, que sentís que es vital para vos…
Llegó el tren a la estación, solo tenía que tomar un colectivo más y al fin llegaba, a casa. Caminé unos pocos metros a la parada del colectivo, estaba cerca. Esperé. Creo que lo que más me molestaba del amor, es que no entendía por qué me importaba tanto. El colectivo no tardó nada en llegar, subí, saqué el boleto y me senté. Luego de unos minutos llegué a mi casa, pero al entrar encontré una nota de mi mamá de que se había ido a comer de una de mis hermanas, que no vivía lejos de casa. En la nota decía que si quería ir que la llamara y me venía a buscar. Pero con todo lo que me rondaba en la cabeza, preferí aprovechar para estar en paz un poco en mi casa. No tenía hambre.
El domingo él se iría, hoy ya era martes… el dolor cada vez era peor, sentía que gran parte de mi se iría junto con él, junto con mi corazón. Me preparé un caldo porque mucha hambre no tenía y me lo llevé a la terraza, para tomarlo mientras hacía mis típicas preguntas que rondaban por el mismo lugar, en los mismos horarios, y como siempre, esperando en vela, respuestas. Miraba la luna, la musa de los poetas, y la protagonista infaltable de una noche romántica. Cuando iba a la secundaria, y tenía algún problema sentimental, siempre tomaba como ejemplo a la luna para sentirme mejor… Decía que la admiraba muchísimo, aún más que al sol. Ella no tiene luz propia, pero reflejando la luz del sol, es un hermoso adorno, que junto con las estrellas, me hacen amar mas la noche que el día. A ella no le preocupa no tener luz, ella solo da lo mejor de sí y por las noches conversa con las estrellas, quizás sobre los amantes que por ella, confiesan su sentir, sacando su inspiración y agradeciéndole siempre, por ser ése reflector, que vale más que los reflectores del escenario de un teatro. Las luces están, ahí como en todos lados, pero cada uno le da el valor que quiere. Para mí, ella es el único reflector que vale más para mí, más que los del mejor escenario de todo Buenos Aires. La luna me conoce desde que nací, y quién sabe si no me conoce desde antes. Ella siempre escucho mis penas, siempre iluminó las noches mas oscuras de mi vida, como las de esta tortuosa semana. Escuché, ni recuerdo de dónde, que el destino de uno lo hace justamente uno. Cada uno es obrero de su construcción. Si nos sentamos a lamentarnos porque no tenemos los mejores materiales para hacer una catedral con vitrales admirables. No podemos ver que quizás lo que tengamos nos alcance para construir una hermosa casa, si tenemos solo caños y pocas maderas, no vemos que podemos hacer una hermosa plaza con juegos infantiles, si quizás tenemos sólo plantas, flores, no podríamos disfrutar del hermoso jardín que con esfuerzo y dedicación podríamos construir. Me recuerda a lo que también escuché de no se quién, que uno “no es dueño de lo que le pasa, sino de lo que hace con lo que le pasa”. Aarón se iba a ir, sí, pero de mí dependía lo que yo iba a hacer antes y después de su viaje. De mi dependía si por orgullo o miedo, miraba para otro lado, mientras él subiera al avión. O si lo despidiera con un dulce abrazo, un beso y un simple “adiós”. De tantas preguntas flotando en el aire de la noche que estaba más callada que nunca, se me enfrío el caldo que iba a ser mi cena. Tomando en cuenta las complicaciones que se me presentaron, cenar un caldo frío, no me parecía tan grabe. Interrumpió mis pensamientos, el ruido del motor del auto de mi papá, que regresaba a casa con mi mamá.
Baje a las apuradas del techo, dejé mi taza en la cocina y les abrí la puerta.
Hola hija, ¿Comiste algo? Hubieras venido a lo de tu hermana.
-No, tenía sueño. A demás, no tenía ganas de salir, me duele la cabeza…
-¿Te sigue doliendo? No tengo nada ahora para que puedas tomar.
-No importa, ya me voy a dormir.-la besé en la mejilla y la abracé.
-Que descanses.
-Igualmente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario