Capítulo 12: Adiós.Después de una muy linda tarde con Vanessa, cada una regresó a sus respectivos hogares. Seguía sin entender la razón de sus lágrimas. Toda esa noche de sábado estuve aferrada a mi celular. Tenía la extraña esperanza escuálida y triste, de que él llamara y dijera con voz aliviadora, como cuando el agua apaga un incendio dentro de uno, que con esa voz que yo amaba, pronunciara unas palabras como “¿Querés huir conmigo?”. Como en los cuentos. Aún si así fuera, no podría dejar a mi familia y amigos. Pero en un cuento todo se vale, éste era mi cuento, yo la princesa al estilo cenicienta, desesperanzada por un amor imposible… Él, radiante, simpático, solo él, mi príncipe rosa. Sí, rosa, cansada ya del típico color azul de los príncipes. El mío era diferente, era mío, era rosa. Que él venga, a salvarme, a resguardarme entre caricias y susurros… solo eso, no hacía falta nada material, sólo su calor, su cuerpo cerca. Mañana, se irían con él, esas esperanzas, las hojas arrugadas y manchadas de mi cuento sobre nosotros, se irían también las ganas de amar. Aunque también se quedarían junto a mí, como compañía, como sombra, esos miedos, miedo a volver a enamorarme, a perder mi corazón otra vez, perder mi lucidez por un amor… que puede irse a la semana próxima. Quizás no pueda volver a ser feliz sin él, aunque parezca exageración, pero por todos los que aún están cerca de mí, me verán feliz, me verán siempre feliz. Después de todo, quería ser una actriz, debería empezar por actuar el papel que yo deseara en mi vida. Pues luces, cámara, acción… mañana comenzaría la actuación.
Cenamos. Me sumergí intensamente en mis pensamientos, ésta vez no lloré. Quizás por dentro, pero no divisé ninguna lágrima. Aún así ese nudo en la garganta siempre estuvo presente. Felicitaciones pequeño, me encantaría darte un diploma, por asistencia perfecta, en todas mis penas. Mi último suspiro de éste sábado.
Un aroma inconfundible en la habitación, me despertó, era un asado que mi papá estaba cocinando. Después de refregar mis ojos, dar un par de vueltas más en la cama y dejar libres un par de bostezos… tomé el celular, y al ver la hora salté aterrada de la cama.
Eran las 14:30hs, su avión salía a las 16hs en punto. Me habían agarrado unas tremendas ganas de recibir un último abrazo suyo, un último Adiós, espero.
Tan solo de viaje, al aeropuerto, tenía como mínimo una hora. Tomé agitada la ropa que tenía a mano. Y me improvisé un peinado, algo desastroso. Pero no importaba, nada importaba, sólo importaba llegar, llegar a tiempo, verlo, una vez más, solo una.
Llegué a gritar “Después vuelvo” a mi mamá, y salí en busca de un taxi. Por suerte, gracias a Dios, encontré uno bastante rápido. Ahora solo tenía que esperar a llegar, la ansiedad me mataba, el miedo a no poder verlo me tenía ahogada. Odio eso de mí, desde que lo conocí a él, cuando me decido a no hacer algo, a no ir en su búsqueda, siempre termino haciéndolo.
Después de una hora, una interminable hora, llegué. Exactamente eran las 15:46hs. Comencé a correr desesperada, exhausta, asustada y sobre todo, enamorada, ¡Y de qué manera! Lo busqué por todos lados y no lo vi, subí las escaleras, las bajé… Pregunté por su avión, y mi corazón dio un salto, cuando escuché las palabras “Los pasajeros de ese vuelo ya subieron, si usted iba ahí, va a tener que tomar otro vuelo”. ¡No!. No quería perderlo. Salí corriendo al patio donde se pueden ver despegar todos los aviones, estaba absolutamente deprimida, me sentía culpable, una mala persona por tratarlo tan mal, sentía decaer mis esperanzas de ese último abrazo… Volví a tomar aire al ver el avión donde él viajaría, pero cuándo comenzó a andar por la pista… mi mirada lo siguió como deseando que regresara, que vuelva conmigo. O por lo menos que solo de la vuelta para hacerme trizas, total, me sentía destruida por dentro. Me senté mirando para el lado donde el avión desapareció, donde él desapareció, allí entre esas nubes, que aunque eran hermosas, cubrían el final de éste intento de cuento tan triste, yo que creía que teníamos una nueva oportunidad de ser felices juntos. Y colmada de sentimientos tan tristes, los dejé salir al exterior, por medio de una lágrima, solo una, tan pequeña, pero cubierta de un dolor tan grande.
De pronto, me sentí protegida, por un calor, calor de un cuerpo que conocía de memoria… abrí los ojos, me vi envuelta de un abrazo especial, único, no un abrazo de despedida. Mi corazón volvió a retomar su ritmo, aunque ahora un poco mas acelerado, un poco bastante. Mis ojos se cerraron nuevamente, pero de miedo. ¿A caso me había desmayado? ¿Estaba soñando? ¿Ese abrazo tan familiar era de…?
Cuando de pronto, una cosa, una sola, aclaró todas mis dudas… una voz, tan particular para mí, una voz “rosa”… suave que susurró con una hermosura única “Decidí quedarme, hace mucho”… Mis ojos abrieron rápido pero empañados en lágrimas. Y fui golpeada con un beso que esperaba solo en sueños. Dejó atrás a esa vida de perfección, rodeada de hermosos paisajes. Eligió quedarse, solo por una razón, la cual nunca pensé que siquiera consideraría… Ahora entendí la frase, no recuerdo dónde la escuché, que decía con muchísima razón que “Son los locos los que inventaron el amor…”
Por él comencé a escribir ésta historia, mi príncipe rosa… pero siempre pienso lo lindo que habría sido de nosotros si todo hubiera terminado así, juntos. La distancia nos separó pero nunca borró, lo que yo sentí con él, con sus abrazos, sus besos, sus palabras, todo. Por eso se lo dedico a él, mi Príncipe rosa… donde quiera que esté.
Fin
12 de Noviembre, 2009.
Yamila A. Díaz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario