No hay que olvidar que el amor no transforma la materia.
Bajo los estupefacientes del sentimiento llamado "Amor", uno visualiza un brillo cegador,
cual diamante, cual oro de veinte mil quilates, que proviene de una lata oxidada tirada en una esquina.
Uno la toca, la limpia, la pesa, y la siente oro; pero sigue siendo la misma lata oxidada.
Y cuando la situación va perdiendo su efecto, cuando la lata de tanto óxido se va desarmando mostrando realmente lo que siempre fue... La persona se siente en Jaque.
"¿Dónde está el oro?" "¿Dónde esta la persona que amé?"
Nunca lo fue. Nunca existió.
El amor no transformó la lata oxidada en oro; lo único que hizo fue embriagarte,
seducirte, dejarte estúpido, mareado, confundido y ahora hasta con el sentimiento de estar más solo que antes.
No transforma la materia, transforma la percepción de uno.
Vuelve dioses a simples mortales, y a simples personas imperfectas (como todos) en la razón de tu vida. Ahí nos equivocamos. Eso está mal.
Recordemos esto, tomemos el amor como una noche sumergida en alcohol, que puede terminar en un santiamén o durar un poco, o para siempre.
Y encontremos la poesía en eso, la mágia de eso, la fuerza de seguir después del dolor.
Póngamosnos a prueba, a ver cuanto aguantamos, a ver qué tan fuertes somos,
a ver hasta dónde podemos llegar a amar.
Porque crecemos, crecemos internamente, y eso es lo mejor a lo que podemos aspirar en esta única vida que tenemos, a morir siendo mil veces más grandes de lo que éramos, a estar orgullosos de todo lo que supimos dar y que al darlo volvió multiplicado.
Veamos el reflejo del sol en los árboles, y enamorémosnos de la vida, del dolor de lo efímero.
No es fácil enamorarse de los retos, pero vale la pena.
"Brillo cegador"
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