Las personas que la creían loca,
por sus pelos coloridos y su mirada perdida,
estaban llenos de ira, rencor,
no podían entender cómo, siendo desquiciada,
se la veía más feliz, que ellos mismos,
esas personas rectas, formales,
adecuadas y serias.
Todos en el tren, con la misma mirada,
triste apagada, inundaban el anden.
Ella entró, con un pelo azul verde,
una sonrisa y una mirada inocente,
explicándoles sin decir nada.
Como cambia cuando alguien hace,
no lo que debería, sino lo que ama.
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