
El maquinista no pierde horas de viaje,
maneja a toda velocidad por cada lugar donde pasamos.
La gente se concentra en sus libros, en su música, en sus pensamientos,
sus miradas vagas que apenas analizan su alrededor.
Hay momentos durante el recorrido, donde el calor corta tu respiración,
pero ese cálido abrigo de la vida, agrada.
En otros lugares por donde pasamos el camino se ve blanco,
el frío que traspasa la ventana del tren llega hasta tus huesos.
A veces hay una temperatura neutral, donde todos observan las flores,
el cielo azul y concuerdan en que vivirían ahí por siempre.
Pero no es donde yo quisiera vivir, no es el lugar que me enamora.
Pierdo mi alma por aquel espacio mágico, entre el calor y el frío,
con leves lloviznas, con cielos algo nublados.
Los árboles se tiñen de rojo, naranja y amarillo,
en esa estación no puedo evitar echar un vistazo por la ventanilla.
Alejarme de mi mundo privado, respirar el aire de renovación.
Cuando quiero detenerme a pisar una hoja que cayó,
me doy cuenta que el tren ya se alejó.
Es un paisaje donde la vida colorea tu mundo.
Dios es un gran artista, basta saberlo con mirar alrededor del tren.
Llegamos al final, es un viaje largo, pero se hace corto,
según en que ocupabas tus ojos, tu mente, tu corazón.
El final, nuestro final que da lugar al comienzo.
No te podés bajar del tren... sin darte cuenta vuelve a arrancar.
Y hace el mismo recorrido, otra vez, siempre.
Pero ya saben en que estación no puedo evitar mirar por la ventana.
Agradecería al Tiempo, que detuviera el tren, ahí,
para poder bajar, y tirarme sobre las hojas, sin pensar en mañana,
en ayer, en vos.
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