
Su novia llevaba siempre los labios de color rojo. Él sentía como no podía evitar acercarse cuando ella susurraba algo con ese color tan atrapante, tan intenso. Su instinto lo guíaba hacia ellos como una especie de atracción que nunca entendió. Siempre le llamó la atención ese color y sentía como si nadara en él cada vez que pensando se quedaba con la vista puesta en sus labios... ella lo sabía y pintarse los labios ya se transformó en un ritual. Como olvidaría cada mañana al verse en un espejo, que una vez entre tantas el hombre que tanto ama le dijo que sus labios rojos lo metían en las películas viejas, lo ponían melancólico, lo provocaban y se apoderaban de su alma sin que él pudiera resistir. Con esos labios rojos ella podía persuadirlo en cualquier pelea. Su moto era roja, como los labios de su novia. Tenía una adicción, una sola, a la adrenalina. Él amaba sentir la presión de que todo puede acabar en un instante y no tenía miedo. Él sabía que no sabía nada y que no le importaba admitirlo. No tenía que esconder algo, era su pasión, el peligro no le asustaba o quizás si, pero ese miedo a morir le daba la sensación de estar viviendo. Era un chico absurdo, veintidós años de puros sueños... de ésos de los que quieren cambiar al mundo. No se resignaba y siempre demostraba que buscaba lo mejor, no sólo para él sino para todos. Probó a muchas de las personas a su alrededor, que en una persona puede no existir el egoísmo, el odio o el rencor. Amaba dibujar rosas rojas, como su moto y los labios de su novia. Era romántico y peligroso. Una vez, al pelear con su novia, montó en su motocicleta y condujo hacia un adiós, un adiós más grande del que nunca pensó. Quería que la velocidad abra una barrera en el tiempo y lo lleve al ayer, pero sólo le quitó el mañana. Al final, mirando las estrellas ésta vez borrosas... Sentía una infinita paz, miraba la calle a su alrededor y era como si todo estuviera besado por los labios rojos que él amaba, o innundado de las rosas que dibujaba, o alguien mágico hubiera pintado una sorpresa para él en el cemento frío, sobre el piso dónde él se encontraba, en sus cabellos, rodeando su cuello... Y sólo cerró los ojos para dormir profundamente en un infinito sueño de amor del que nunca despertó...
-Dedicado a la memoria de David Ezequiel Lucioni -
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